Y como si del fin del mundo se tratara una corona de fuego apareció trayendo consigo el sonido de una locomotora
Redacción y fotografía por: Javier Poveda
El día nos regaló uno de los eventos astronómicos más impresionantes: un eclipse solar. Por 4 horas la luna se encargó de preparar el ambiente del día, creando poco a poco un espectacular anillo de fuego que presagiaba una noche llena de metal, pogo y llanto.
El eclipse terminó dejando tras de sí un velo de misterio y desasosiego que duraría hasta la fría noche. El anillo de fuego guio entre calles y avenidas a los metaleros, salvándose del tedio de la realidad con la promesa de una noche sin igual en la guarida del heavy metal.
La hora señalada por la corona de fuego llegó, las personas a la entrada del bastión del metal se juntaban y hablaban, la ansiedad supuraba del pavimento a medida que se escuchaban dentro del recinto las pruebas técnicas de un Tren desbocado. El Dios Helios nos abandonó cuando el silencio se hizo sentir y un nudo se tomó a la fuerza tanto gargantas como estómagos. Fueron minutos agónicos que dieron paso a una gran euforia cuando las carrileras de la locura cruzaron el umbral hacía la calle, los fanáticos no podían creer, cómo la sencillez de esta gran maquinaria del metal se dejaría tomar fotos con ellos.
La euforia terminó, el Tren había desaparecido dejando tras de sí las puertas del santuario cerradas a cal y canto, la orden de ingreso no llegaba y la ansiedad se apoderaba de las calles de “cuadra picha” cuando un acorde en la lejanía fue la que estalló la chispa de esperanza y las puertas a Jersey Bar por fin se abrieron.
En la oscuridad una figura calva se movía de un lado a otro, juntando cables y ajustando instrumentos, sus gruñidos y cánticos hacían erizar la piel, un par de acordes surgieron de la penumbra acompañados de varios golpes de un bombo y un poderoso bajo estremeció el lugar. La oscuridad cobró vida y el ser calvo emitió un portentoso y agudo grito que iluminó la estancia. ¡Era Steelratt! Que disipando la penumbra dio inicio a una noche para recordar.
Las bestias de Steelratt se lucieron con cada uno de sus temas, llamaban al pogo y empezaron a calentar la noche, hasta que la emoción casi destruye el edén del metal cuando la banda trajo a la vida una canción desde la Argentina; Hermética, saltó al escenario desde el corazón de Steelratt, haciendo estallar el lugar con vítores y entusiasmo, hasta que la penumbra cobró vida y la forma calva su voz extinguida quedaría.
En medio de la oscuridad el fuego nació e iluminó tenuemente la estancia, sombras alargadas se movían sobre el escenario, intercambiando cuchicheos y risas hasta que una poderosa batería se escuchó y disipó las sombras, revelando así a la espectacular Kibroot.
Una guitarra virtuosa y un bajo excepcional impactaron al público con canciones frescas y llenas de poder. En llamas envolvieron el lugar, al infierno y de vuelta nos llevaron dejando extasiados a sus espectadores y con ganas de mucho más, pero todo lo bueno no es eterno y sus llamas se apagaron, dejando solo las ascuas sobre el escenario.
Las ascuas cedieron y convertidas en cenizas apacibles hicieron que de la nada un torbellino naciera, estas se esparcieron sobre la tarima y de ellas brotaron formas humanoides que hicieron estallar las tablas en diez mil toneladas de metal sobre el público llamando a un pogo descomunal, era Morlhex, quienes movieron las masas al punto de transformar la adrenalina en música cada vez más poderosa hasta el punto de implosionar, dejando una lluvia de restos de metal en paredes y techo.
Tras la explosión, el silencio reinó en la estancia, ojos perplejos sin pestañear observaban la destrucción del recinto. Las luces empezaron a parpadear, rayos unían la devastación y poco a poco el metal devolvió el orden, entre rayos y truenos Thunder Steel llegó a iluminar la estancia con sus sonidos clásicos que nos hicieron saltar de emoción. La adrenalina de sus canciones causaron una sobrecarga en Jersey Bar que llevó a la desintegración de todo lo físico del lugar, dando paso a la blanca nada.
Vibraciones sacudían el espacio en blanco que había dejado la gran sobrecarga, bombos y bajo se escuchaban a lo lejos, distorsionando el vacío, moldeándolo y dotándolo de significado. Poco a poco la nada tomó forma de una guitarra, un bajo y una batería en sincronía dándole forma con sus notas al escenario y dotando de fuerza a un público ansioso, un público con ganas de desatar sus instintos animales al ritmo que Punisher ponía sobre la mesa.
La violencia estalló entre la multitud, gritos de entusiasmo se escuchaban por doquier, llanto de alegría emanaba a raudales del público mientras los músicos ponían su alma en cada nota. Desafortunadamente el tiempo llega a su fin, el trato con el diablo se completó y en una llamarada la función terminó.
La perplejidad llenó la estancia, el asombro dejó más de una boca abierta, pero se sentía que algo faltaba, que había un vacío que ninguno de los anteriores elementos pudiera llenar cuando un cántico suave pero constante se empezó a escuchar y el suelo se estremeció. Poco a poco de las entrañas de la tierra crecían vigas de metal al ritmo del coro, que crecía cada vez más con fuerza, una explosión trajo consigo una oscuridad que silenció a la muchedumbre y como si del fin del mundo se tratara una corona de fuego apareció trayendo consigo el sonido de una locomotora, pero no era el sonido de una maquinaria normal, ya que venía acompañada del sonido a Cuatro Vientos que devolvieron la fuerza al cántico e hicieron gritar su nombre ¡Tren Loco!, ¡Tren Loco!… cuando hubo llegado el expreso de la demencia, su energía llegó a todos haciendo que su sangre se helara a través de sus Venas de Acero y Como el León, este tren corrió hacía Barrio Bajo, donde sus fanáticos esperaban con ansias y Al Acecho de disfrutar su espectacular show.
Esta locura de viaje no dejó a nadie indiferente, haciendo que todo asistente estuviera De Pie esperando hasta el Último Tren, saltamos y gritamos al ritmo de su andar y con la esperanza de que nunca terminara, pero una voz anunció el fin de los tiempos, era la bestia del Apocalipsis que bajó del tren con sus 5 cabezas e invitó a todos a unirse en una sola voz y seguir de cerca la potencia de su cantar. Cuando la bestia hubiera regresado a su guarida, cruzando por la Ruta 197, El Grito del público no se hizo esperar para pedir con gran vehemencia que los liberaran de esta cruz, de esta prisión de la realidad, porque se sentían Prisioneros de la Tierra, envueltos en mentiras tratando de sobrevivir por un pan.
Esta gran agrupación atendió con presteza las voces a su alrededor, aunque su decisión los pusiera Fuera de la Ley, trajeron al Pueblo Motoquero a participar de esta aventura mientras Ella, la más buscada, se preparaba para salir al escenario y enamorar, mujeres y hombres cayeron a sus encantos, cantando al tiempo y llorando de emoción al son de los compases que dejó en sus corazones.
Esta locomotora estaba llegando al final de sus vías, al final del recorrido, la Tierra Negra se avistaba y a cada compás el tren llegaba al final de su locura, pero no antes de enfrentar la últimas Tempestades y enfrentarlas juntos, como uno solo, banda, publicó y santuario del metal. Juntos coreamos, amamos, lloramos y disfrutamos cada segundo del gran viaje del expreso de este Tren Loco, que inició con un eclipse y terminó en una tempestad llena de emociones y virtuosismo latinoamericano.