Redacción: Joel Cruz
Fotografía: Cristian García
En medio de la apretadísima agenda de conciertos de la capital, el jinete endemoniado de la vieja escuela le cumplió con creces a la ciudad, a la gente y sin duda alguna, al underground. Entre conciertos con una intención descaradamente soberbia de encaminarse únicamente a la venta de boletería y a la satisfacción del ego henchido sus organizadores, el Bogotá Subterránea Fest consiguió hacerse notar ante la excéntrica escena colombiana a la antigua usanza: ofreciéndole a la música el trato preferencial que siempre merece. Todo lo demás, aún siendo importante, ocupó un rol secundario, lo que recordó inevitablemente a la era del tráfico del metal desde lo análogoy a los apagones. Siendo justos, el festival, más que hacerse un espacio en la modernidad, retomó uno que por derecho se había ganado en el pasado.
Lejos de la pseudoescena que únicamente es visible en cifras, cuando los grandes eventos rockeros o alternativos del país toman lugar y le aportan valor agregado a su cartel con figuras atractivas de la estridencia metalera, el BSF se destacó por enseñarle al público un punto de vista predominantemente de culto. El espejo de una industria que se mueve según sus capacidades a escala mundial, pero que no está llamada a participar de fenómenos virales ni al reclutamiento de turistas. En su contenido, la escogencia de agrupaciones dejó como lección que el género popularizado por Black Sabbath hace medio siglo tiene lenguajes más concretos de lo que usualmente se cree. Por esta razón y por su amplitud (un concierto dividido en dos secciones), vamos a ver qué hizo tan singular el desempeño de estas presentaciones en relación a lo que está sucediendo en materia de circulación actual:
El espectro del mal cabalgó hacia los lindes de la noche
La actitud de los asistentes se mostró en su mayoría muy dispuesta para ocupar un sitio privilegiado en el Bogotá Subterránea Fest. El ruido se abrió con Espectrum, haciendo gala de ser locales. Un intenso black metal que mostró desde temprano que los portales de las tinieblas llenarían el lugar con una descarga tras otra de actos asombrosos.
Honestamente, nadie pudo dimensionar que el impacto de las dos jornadas se convirtiera en algo con tanto eco; al mismo tiempo, en el cual existiera un pensamiento de camaradería entre los asistentes, la producción y las agrupaciones bastante marcado, incluso desde las extranjeras o de mayor recorrido. También se notó una buena expectativa por muchas presentaciones en general, percepción que no fue dedicada por completo a las cabezas de cartel.
Aún sin que la tarde llegara a su último aliento, las diferencias geográficas se estaban diluyendo con las paraguayas Infaustes y la brutalidad de Funeral Vomit. Trayectoria corta, pero actitud firme; guerrera.
Nameless never dies!
El death de Funeral Vomit ya nos había aproximado sin anestesia a la parte extrema de la Costa Norte colombiana, cuando la frialdad de Manizales atravesó la tarima con The Scum, dejando por lo alto al Subterránea en una situación efervescente. La sed en la garganta llamaba a hidratarse con cerveza, mientras la ambición de vinilos y discos compactos de las marcas participantes en el mercado acondicionado al interior del Ace Of Spades fluía, pero el culto estridente en su significado menos fantasioso y más pegado a la realidad estaba ahí, al alcance de quienes lo atestiguábamos. A final de cuentas, lo único certero para la eternidad.
El doom del infierno caleño sería la gran solemnidad de la primera noche; la aparición de la muerte como destino inevitable, del anonimato y lo errante. Nameless es una versión ampliada de su catálogo musical, pero mucho más: es la honra fúnebre a la angustia del ser, la sangre en las venas que se seca, se endurece y muta en gélido mármol blanco. Desde el oscurantismo de 1992, la agrupación vallecaucana sigue recordando el paso inexorable hacia el féretro; irónicamente, su discurso hoy está más vivo que nunca.
Los ángeles caídos y el nihilismo con efecto a corto plazo
¿Old school o old skull? Ambos aplican para definir a los chilenos de Horrifying. Con un cansancio que a ratos dejó de proyectar su sombra entre el público, los veteranos de Puerto Montt demostraron la calidad que los acredita y que aprovecharon en este 2024 al publicar su álbum Dreadful Parasomnia.
Al poco tiempo, Canadá, tierra pagana de sorpresas y extensos territorios de nieve desolada, se haría cargo de darle cierre parcial al BSF.
Por un costado, la vehemencia de la carne humana en su inmundicia con Adversarial, catalizador de la velada. Símbolo del caos nocturno que iría hasta el final, desafiando el sistema nervioso de un demonio que venía desde las 5 p.m. en un galope desesperado. La expresión del odio puro y la batería más bélica, digna de una pesadilla incesante.
En la otra esquina, Blasphemy fue el núcleo de todas las cosas. El debut aplastante de una banda en Colombia, y que significa descontrol para quienes han vivido con sus canciones desde anécdotas y generaciones opuestas, aunque conectadas. Su show fue inmenso, pero su vastedad también estuvo relacionada con su papel como el set que apadrinó y le dio sentido a la filosofía del festival.
Esta fue la profundidad del abismo: si usted tuvo las agallas de llegar a este punto y sentirlo suyo, el inframundo del underground es el lugar que tal vez sin saber, siempre estuvo esperando su presencia…
El despertar de una nueva independencia
Fleshless Entity de El Salvador sacudió la fecha del 20 de julio e inaugurando así la continuidad del evento. Competidora del Wacken 2024, los pocos asistentes coinciden en el nivel de su acto. Letras mayúsculas para el episodio protagonizado por su seguidor más notorio, que no pasó desapercibido para el público orgulloso portador de la bandera de su país y procurando en todo momento ser un apoyo para los integrantes de la banda.
Repudio fue el dúo que seguiría para profundizar en la naturaleza cruda de la sesión. Claros en complementar sus voces y demás instrumentos, su trabajo escénico estuvo acorde a la sólida experiencia que vienen ganando en diez años de camino. Tras todo esto, la tarima fue ocupada por Impaler Of Pest, otra gran entrega deblack metal(uno de los mejores logos blackeros de los últimos años) yque agitó los ánimos del entorno. Entre un sinnúmero cambio de adecuaciones técnicas, las fallas del sonido brillaron prácticamente por su ausencia; insólito para quienes frecuentan conciertos metaleros en las ciudades colombianas y a propósito del Subterránea, sencillamente plausible.
La puerta de ébano se abriría de par en par una vez más para los barranquilleros Crucifixor, regocijados ante el suplicio de los impostores que no gustan de su música (buena ocasión para parafrasear el nombre de su split más reciente). ¿Qué es lo más relevante por decir para dos músicos de este calibre? Simple: la estructura de su sonido es detallada y justifica el ensamble construido en veinte años de batalla. Una muestra más de que el centralismo bogotano del circuito metalero debe dejar de mirar siempre hacia adentro e ir más hacia la búsqueda de otras regiones; siendo más franco, que interpreten una misma historia e influencia cultural desde vivencias diferentes a lo que cualquiera de nosotros puede tener a la mano.
La venganza del fuego eterno que ardió a perpetuidad
Si de Ecuador se habla, nada más perfecto que mencionar a Death’s Cold Wind, el Armagedón satánico que tomó por sorpresa una serie de conciertos lejos de bajar la adrenalina. Enfermedad y bilis en modalidad estética. Su performance fue descarnado y su actitud hacia la escena nacional, respetuosa. Voz y percusión salvaje en una combinación ganadora.
Minutos después, el cambio radical de horario para Sadistic Intent rompió la regla(porque monotonía no hubo). El grupo hizo lo que se le antojó, y de paso, dictó una cátedra de historia norteamericana en su corte death metal, con sabias reminiscencias al thrash. Esto sucedió mientras los medios independientes y la organización documentaron con rigor el minuto a minuto en el lenguaje de la fotografía, el video y la transmisión en directo. La evocación no disminuyó, la accidentada escena colombiana estaba ante el estallido de un arsenal completo ante su mirada. El agotamiento muscular obligaba a sacar la bandera blanca, pero el final, si bien se acercaba, aún no mostraba deseos de hacerse material.
El turno de Glorification se hizo presente, orgullo de Paraguay. Quizás su show fue algo corto para la expectativa de quienes deseaban ir más allá de lo conocido, pero su war black metal tomó forma en un campo de guitarras que se rasgaron en un mar de pólvora. En retrospectiva, a Sudamérica le falta descubrir con ojo clínico a sus bandas; definitivamente.
Por último, el broche dorado de batería asesina fue cortesía de Antichrist Siege Machine, la dupla estadounidense que desde la técnica mostró una faceta distinta a una velocidad gigantesca e intensa.
La noche respondió en una precisión que el reloj narró sin tapujos. El Bogotá Subterránea Fest logró su cometido y el mensaje fue inequívoco: el metalero contó con todas las opciones para vivir a plenitud su identidad, acudiendo al llamado. Su staff siempre supo lo que hacía; supo escuchar a los fans, como si se tratara de una misión que la vida obliga desde la condición del sí o sí. Ahora las redes del alba ya anunciaron una continuidad para agosto del 2025, tan soberbia y putrefacta como la primera.
El metal como materia prima no une por sí solo. Es la voluntad de quien ama lo extremo la que empuja hacia las realidades y propicia el encuentro con sus pares. Cuando la música es lo primero, las coronas sobre las cabezas de la egolatría carecen de significado. Es la negra bandera del abismo la que ondea por encima de todo lo demás…