Redacción y fotografía: Joel Cruz
Una escena de cualquier punto cardinal en la superficie terrestre no puede fanfarronear de su grandeza si en el andar sobre sus escalones nunca ha estado sometida a una opinión franca, una que indague sobre su evolución; lo que me lleva a pensar, ¿ qué forma tiene hoy la esquelética radiografía de los sonidos siniestros en nuestra nación, tan ordinariamente asfixiada de un trópico cánido e intenso?
Bien, el lunes 21 de octubre, el Halloween saludó desde una bóveda fúnebre a la capital, días previos a su festejo… ¿El motivo? The Mission, tótem sagrado en la mitología del rock gótico (lo admita el grupo o no) conoció por sí solo las secuelas de su obra en este pintoresco santuario de Suramérica.
Las rupturas y separaciones indudablemente, fragmentan y abren heridas. Por otro lado, exponen otras caras de la misma moneda, en tanto sugieren enfrentarse al rudo espejo del tiempo perecido y remoto. La banda de Wayne Hussey y Craig Adams ha tomado decisiones que le han implicado desligarse de días glamurosos, cuando sus integrantes eran reyes de las listas populares, junto a sus colegas The Cult y The Cure.
¿Con qué objeto? Persistir año por año como personalidades que revitalizan la savia de sus álbumes, celosamente atesorados por los seguidores, dueños legítimos de su estela; mejor dicho, ganándola como medalla, pues su mérito es la lealtad sobre el olvido.
El entremés de este menú no fue menos importante: el estandarte de Christian Death constituyó la apertura del concierto. Un apelativo de muerte sacrosanto que hace referencia al origen de ese Tártaro terrenal que google maps ubica como Los Angeles; recibiendo a manera de metáfora, una modernidad decorativa de la Peste Negra europea .Los pergaminos luctuosos que escriben la bitácora de la banda ahondan más en las cicatrices de las separaciones, invadidas por doquier de héroes y villanos; asimismo, de verdades absolutas con puños en guardia. Una batalla en la cual, la dupla de Valor Kand y Maitri Nicolai parecen haber quedado como únicos sobrevivientes; eso sí, sin dejar de contener una suerte de polémica entre su seguidores, una que tiene en medio a una agrupación talentosa y con memorias fragmentadas.
¡Esto es una abominación!
En 1988, Christian Death publicó el larga duración Sex, drugs and Jesus Christ, cuya portada sigue provocando cierto escándalo en nuestra época, a pesar de que la simbología de la religión con más fieles de Occidente tiene tantas muestras de rechazo general, que la blasfemia cada vez es menos pudorosa. Desde una puesta en escena bien planificada, los denominados padres del deathrock incorporaron canciones de la era Rozz Williams (1963-1998). Muchos saben qué significa esto, pero si alguien lo ignora, la era del cantante y compositor todavía es nostálgicamente recordada por los fans de la corriente rockera que ayudó a inventar.
La misión: ascender al Olimpo después de las tinieblas
El concepto artístico del CD elaborado por Valor y Maitri es diferente a aquel que en principio se hizo realidad, plasmado por supuesto en el disco Only Theatre of Pain. Pese a todo, la fórmula ha permanecido regida por la pareja desde hace más de 30 años, tiempo en el que sus matices musicales han variado, a través de experimentos asociados a otras explicaciones de lo maldito e impuro, como el doom death metal. De este último estilo, su última placa Evil Becomes Rule toma una inspiración sustancial; un giro algo incomprensible, pero que intenta presentar desde un pequeño recital la abrupta amalgama que la Muerte Cristiana lleva a cuestas. En otras palabras, un Vía Crucis con dosis de sensualidad femenina, teatralidad, guitarras sucias, dosis de sarcasmo y versatilidad. Agregando, en efecto, impresiones mixtas del público.
La banda británica plato fuerte entró y tomó puesto sin vacilar. El sendero le ha costado picos y valles desde su debut God’s Own Medicine, pero Hussey, Adams y compañía no se preocuparon por tomar la ruta obvia; entonces usaron parte de sus primeros éxitos para abrir el set. A medida que los cortes entre cada tema eran básicamente segundos, la ilusión de las notas fue semejante a un regocijo para el centenar de asistentes en el ya típico Ace Of Spades. El apogeo de los Mission fue dinámico; una de mis grandes paradojas consiste en haberlos visto desde internet, en un concierto a plena luz del día hace meses, mientras su ejecución musical se hallaba opaca, plana. No conozco el por qué.
El pasado 21 de octubre en cambio, los minutos de la noche cayeron por la victoria de un cancionero iluminado. Cedieron sin mayor dificultad ante la ejecución limpia y precisa de composiciones que eluden las trampas de lo anticuado. Momento, lugar, ánimo y personas estaban en sintonía con los apartes electrónicos a los cuales el grupo sacó provecho, sorprendiendo al escepticismo de quienes se negaban a aceptar la veracidad de lo sucedido. Realidad que se cumplió y con tributo a Depeche Mode como recompensa extra; valor agregado que funcionó a la sazón de ver en acción al conjunto fundado por el padrino de la guitarra vigorosa en el rock gótico, Wayne Hussey.
La escena siniestra de Bogotá regresó antes del alba a su madriguera. Con seguridad, el frío de la lluvia le recordó los relatos de Jack the Ripper y el hambre de empanada folclórica la invitó a no ser tan londinense. Esa es la radiografía de una subcultura que no menosprecia a sus ídolos, los levanta de su letargo o de su eterna resaca, lo que se necesite…