Por: Joel Cruz
Esquivando las duras (ocasionalmente sabiondas) críticas sobre la propiedad intelectual y la controversia que pone sobre el lienzo tanto a intérpretes como a autores de una obra, Stein se presentó el pasado viernes 11 de abril en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. No sobra recordarlo, un templo del arte y donde la apertura a la música popular mundial (incluyendo el rock) ya ha ocupado sus finas tablas. Inaugurado en 1938 como Teatro Colombia y rebautizado en 1973 con su nombre actual (estamos en abril, por cierto, mes que conmemora al ‘Bogotazo’), en esencia, su efigie ha dado paso a miles de recitales enfocados en música clásica; esas mismas que recrean piezas creadas siglos atrás y se dedican a propagar el eco y la memoria de su esplendor en nuestra era. En efecto, en el mundo erudito y de las orquestas cultas, los covers son frecuentes (finjan sorpresa).
En cuanto a Stein, el conjunto tuvo la osadía de versionar a los alemanes Rammstein en Bogotá. Era 1997 cuando la banda de Berlín se popularizó en el mundo con ‘Engel’ y desde ahí, continuó acumulando fama hasta nuestros días, como la agrupación más famosa en un idioma que no es el inglés. En su llegada a esta zona de Sudamérica, los primeros éxitos comerciales de Till Lindemann y compañía llegaron como un Volkswagen a una tierra donde la mayoría de sus transeúntes se movían a caballo. El industrial, hasta ese entonces, era una pequeña metrópoli invisible que vaticinaba el colapso nervioso del futuro, hermética para las papayeras colombianas y las parrandas turbias, como las celebradas en el año de la clonación de la ovejita Dolly y el deceso de Doris Adriana Niño (paz eterna en su tumba) . Con su auge en crecimiento, el concierto Live aus Berlin «le dañó la cabeza» a los rockeros, con una puesta en escena que se burlaba de lo establecido como «bonito»: los chismes de la realeza europea (con su tragedia de por medio), la barranquillera que fingió un embarazo con una barriga de trapos; los Tamagotchis, Hanson, las cirugías plásticas… La intimidad carnal descrita con lujo de detalles en el tema ‘Bück dich’. El industrial, siempre el lado B del porvenir promisorio, se hizo canon en los años dos mil, con el ocaso de las sociedades aparentemente «echadas para adelante». A la hora de la verdad, «vueltas mierda».
En el 2010, Rammstein visitó Colombia y dio el espectáculo de su vida (más bien, en el cuál un integrante se jugó la vida) en un establo, en un barrial de Sopó. El mítico cantante del grupo, cerca de sufrir el mismo destino que Carlos Gardel en suelo patrio (bajo la electrocución), se lució junto a sus compañeros en la fecha señalada de su LIFAD Tour. Un hito en los conciertos criollos y una inspiración para Santiago Riveros, frontman que asume en Stein el rol con una propiedad técnica elaborada, aunque bastante respetuosa, y quien curiosamente, usó un atuendo parecido al de Lindemann, pero nueve años más tarde y para la televisión nacional.
Stein, radicado en Medellín y ciudad donde encontró los primeros cómplices del proyecto, fue también la primera locación que recibió efusivamente este homenaje a los alemanes, pero con el complemento logrado de una orquesta sinfónica; fórmula lanzada oficialmente en marzo de 2024, en el Teatro Pablo Tobón Uribe y a 30 años de que la banda original comenzara a tocar. La respuesta bogotana convocó a la Orquesta Sinfónica Metropolitana Distrito Capital. En más de una hora, los cánticos germanos se expandieron por todo el perímetro del Jorge Eliécer Gaitán, en una maroma de pronunciación colectiva que hizo algo dócil la frontera cultural que usualmente muchos poseemos frente a la lengua teutona. Este matrimonio de lo electrónico con los elementos de corte clásico dejó con grata aceptación a los espectadores, que no fueron pocos.
A la vista del detalle más simple y a la escucha de cualquier nota básica, el homenaje se esforzó precisamente en exaltar la experiencia de Rammstein desde la etiqueta, no desde la imitación desabrida. Recrearla fue trascendental; muy significativa, por la cercanía de los fans que interpretan hacia los fans que aprecian el concierto. Una presentación que nos ligó a una simpatía concreta y universal. Espacios de voces y cantos tanto masculinos como femeninos que elevaron el set de canciones a una cúspide digna de una exhibición aérea que conquista el cielo sin contratiempos. Pasajes acústicos que sustituyeron con elegancia lo que el cerebro acostumbra dictarnos mediante los sintetizadores; guitarras recias, bajo hondo y una percusión que supo golpearnos en el pecho. A pesar de que todo esto no provino de composiciones originales, Stein le ha compartido a dos ciudades rockeras un sentimiento por la banda que reescribió la polémica musical en el siglo XXI, desde el talento y su actualidad más incierta.