Redacción: Zulma Palacios
Fotografía: Archivo, Mochila Wild
El 26 de abril, Bogotá se convirtió en un refugio de almas bailarinas y corazones encendidos. El Teatro Astor Plaza, se transformó en un templo sonoro donde el blues, el rock y la voz de hielo y fuego de JJ Julius Son derritieron hasta al más indiferente. A propósito de su Payback Tour 2025, Kaleo, hizo escala en la capital colombiana y entregó un show que fue mucho más que música: fue conexión.
La noche arrancó con sonidos bogotanos, muy propios de la capital, gracias a Una Noche en Bogotá, banda local que con una mezcla de jazz y blues logró lo que pocos: todos los asistentes entregados desde los primeros acordes. El respeto y la atención que el público dedicó a los teloneros fue un presagio de lo que vendría: una velada intensa y generosa.
Y entonces, sin advertencia ni estruendo, apareció él: JJ Julius Son, todos los asistentes lo recibiríamos con ovaciones, aplausos y desde el primer momento, pidiendo canciones y bailando sin cesar; la ciudad en definitiva lo recibió con los brazos y los pulmones abiertos.
El setlist fue un viaje que atravesó la médula del público. ‘I Want More’ abrió la noche con energía contenida, como una promesa que se iría cumpliendo canción tras canción. ‘Break My Baby’ y ‘Broken Bones’ sacudieron los cimientos del teatro, mientras que ‘I Can’t Go On Without You’ nos dejó suspendidos en un silencio colectivo casi espiritual.

Pero si hubo un momento que quedó en la retina, fue cuando sonó ‘Way Down We Go’ . No hubo celular, no hubo gritos, solo voces al unísono, cantando desde el estómago, coreando frase tras frase, coro a coro, el teatro fue uno solo al lado de él, al lado de Kaleo, este isleño con alma de andino nos conquistaba acorde tras acorde.
‘All the Pretty Girls’ , ‘Automobile’ y ‘Lonely Cowboy’ fueron regalos dulces para quienes conocen a Kaleo más allá de los éxitos. Cada nota sonaba como escrita para esa noche, para este país que, por una hora y media, se sintió el centro exacto del mundo.
Y aunque el show no necesitaba más pruebas de amor, la despedida fue, inolvidable: JJ levantando su guitarra como si fuera un trofeo, camiseta de la Selección Colombia, sombrero vueltiao y una sonrisa tímida que decía más que mil palabras. Fue su forma de decir “gracias”, su gesto de respeto a una ciudad que lo recibió con los brazos y los pulmones abiertos y un público que no se quería ir, pidiendo otra canción, solo una más…
Bogotá bailó, lloró y cantó hasta desgarrarse. El blues de Kaleo encontró su casa entre la niebla de los cerros orientales y los gritos de cientos que creyeron, por fin, que sí era posible bailar con el corazón roto. Y sí, esa noche fuimos felices.