Por: David Villamizar
Ni el viento helado de la capital logró enfriar el fervor de cientos de almas negras que, el 1 de junio, se dieron cita en el Auditorio mayor CUN. El motivo: el esperado regreso de Lacrimosa, la legendaria banda germano-suiza de gothic metal comandada por Tilo Wolff y Anne Nurmi. El resultado fue una noche de emociones a flor de piel, de nostalgia y dramatismo puro.
Desde temprano, el centro de Bogotá fue un desfile de rostros pálidos, botas, corsets, encajes, cuero y miradas intensas. Más que un concierto, era un ritual. A las 8:00 pm, bajo una tenue luz azul, la agrupación bogotana Rhyme of Tears abrió la velada con un set que preparó el terreno con elegancia. Minutos después, entre sombras, apareció Tilo Wolff con esa presencia vampírica que lo caracteriza, acompañado por Anne Nurmi, quien desde su rincón en los teclados aportó una calma etérea al huracán emocional que se avecinaba.
Con ‘Avalon’ como apertura, el teatro se sumergió en una atmósfera densa, eléctrica. Apenas sonaron las primeras notas, muchos ya tenían lágrimas en los ojos. A esta le siguieron temas como ‘Der Morgen danach’, ‘Punk & Pomerol’, ‘Lichtgestalt’ y una versión demoledora de ‘Dark Is This Night’.
Tilo, solemne pero cercano, habló en español entre canciones, agradeciendo con una calidez inesperada en alguien con su aura lúgubre. Durante el show interpretaron 19 canciones, incluyendo seis de su más reciente trabajo, «Lament».
Uno de los momentos más intensos llegó con ‘Copycat’, que convirtió el teatro en un antro oscuro de liberación. El público se puso de pie, cantó con rabia, con alma, con esa fuerza que solo brota de quienes han cargado con la incomprensión. Fue una explosión emocional, una catarsis colectiva.
La puesta en escena fue sobria pero precisa: luces frías, columnas de humo, visuales abstractos y una calidad sonora impecable que permitió sentir cada nota, cada capa instrumental, cada susurro. No hubo pantallas ni efectos deslumbrantes; no hacían falta. La intensidad venía desde adentro.
Anne también tuvo su instante de protagonismo con ‘Dark Is This Night’, generando un silencio reverente. Su voz, melancólica y suave, flotó como un suspiro, como si viniera desde un rincón lejano del alma.
El concierto duró casi dos horas y media. El encore trajo consigo “Memoria” y, para cerrar con todo, nuevamente ‘Copycat’, esta vez con todos los asistentes cantando como si quisieran detener el tiempo. El teatro entero se convirtió en un templo consagrado a la belleza de la sombra.
Para muchos, no fue solo un concierto. Fue una experiencia sanadora. “Lacrimosa me acompañó en mis momentos más oscuros. Verlos en vivo es cerrar un ciclo, es sanar”, confesaron algunos entre gabardinas, maquillaje oscuro y abrazos silenciosos.
Lacrimosa no solo ofreció música; compartió un viaje íntimo a lo más profundo del alma. Su paso por Bogotá fue una ceremonia de melancolía y redención. Para los de siempre y los nuevos corazones góticos, esta noche quedará tatuada en la memoria.
Porque en la oscuridad también hay luz. Y en la melancolía de Lacrimosa, una forma brutal y hermosa de amor.