Redacción: Joel Cruz
Fotografía: Zulma Palacios
Al tiempo que se habla en redes sobre los disturbios que ocasionó el mal comportamiento de algunos asistentes en el concierto del grupo de cumbia villera Damas Gratis en el Movistar Arena de Bogotá, la inquietud sobre el orden público y el sentido de pertenencia por parte los fans hacia su música sigue puesta sobre la mesa. El estigma se fortalece cuando el balance acarrea un muerto, heridos y daños materiales millonarios. Para el personal de la ley y los empresarios, las reglas son claras y los actos negativos con «cabeza caliente» se condenan, no hay más que agregar.


El escenario sonoro fue otro, pero esto no quiere decir que el metal producido en Colombia sea ajeno a estos episodios. La indignación en las columnas digitales de opiniones señalan con el pulgar hacia abajo al género cumbiero y sus seguidores, poco dispuestos a refutar la mala fama; porque la violencia (para muchos) es la única respuesta ante lo adverso. Y sí, los discursos de diálogo y los espacios estarán ahí, «al rescate». Pero ante todo, como «animales de costumbre», la única restricción en casos como el del Movistar Arena es la mano dura. No estaría de más preguntarle a los metaleros de vieja data que sufrieron represión policial por su atuendo, por pagar las consecuencias en un concierto donde alguien más se portó mal o a los mismos vándalos de cabellos largos e ideas cortas que patearon una puerta o lanzaron una piedra, porque les gustó la idea de seguir la corriente. «Domar» la muchedumbre metalera es algo que le ha costado a la sociedad colombiana años, tal vez desde 1985 o antes, cuando la Batalla de las Bandas le hizo honor a su nombre en Medellín.

Paradójicamente y días atrás, una nueva entrega del Tortazo Metalero se celebró en La Media Torta, punto cultural donde afortunadamente las circunstancias fueron normales para un evento de este tipo. Aunque en algún punto de sus vivencias las bandas participantes hayan atestiguado caos en medio de cierto espectáculo (sean los inconvenientes de Darkness tocando en bares clandestinos a comienzos de los 90 o Koyi K Utho insultados por los seguidores de Cradle Of Filth en 2004), el veterano cartel gozó en esta ocasión de una fuerza logística eficiente y de un público que supo canalizar su euforia con pogo, pero también con admiración.

Arraigados a las tradiciones, el metal sello nacional respira hondo por sus pioneros. No en vano, fue precisamente la formación clásica de Darkness (Rodrigo Vargas, Carlos Olmos y Oscar Orjuela) la encargada de darle un sabor al toque, semejante a cuando sus integrantes eran más jóvenes y «armaban el desorden» en tarima, fuera grande o pequeña. Lo anterior, pese a que minutos antes, la agrupación demostró que musicalmente ha avanzado y ha explorado otros caminos, lejos de conformarse con su peso histórico. Mérito de Patricio Stiglich en parte, con una hábil experticia en guiar a los autores de «Espías malignos» por lares más ambiciosos. A esta narración de «juventud, divino tesoro» se suma el aniversario 30 de su álbum Soberanía:
Soberana Ironía, pieza bastante madura para la época en la que salió. Tratándose de ver su video de la canción «Desvanezco» en el fallecido programa Mucha Música de CIty Tv, haber estado en su show de apertura para Metallica o disfrutar su presencia en cualquier orinal rockero del barrio 20 de Julio, Darkness es la razón por la que gran parte de los bogotanos estaban en La Media Torta hace poco y no en un antro de cumbia villera.
Koyi K Utho, a propósito de tradiciones al estilo de Rock al Parque (celebrado antiguamente en La Media Torta), se entregó con la energía que ha sabido cultivar en sus fans desde que al siglo XX se le apagara la vida y las décadas de la distopía nos terminaran «pisando los talones». El Industrial metalero sabe cumplir y su gratitud con las escenas distritales lo acredita. De alguna forma es interesante verlos interactuar con sus espectadores locales, teniendo la banda una trayectoria nacional y extranjera destacadas, al igual que Loathsome Faith, también encontrando en tantos años una esencia auténtica a través de su estructura death metal y factor, a título personal, que les ha dado buena relevancia en estos meses.

Storm Of Darkness fue la adicion black metal al Tortazo y su paso fue el símbolo de lo que está pasando con este género en Bogotá, apetecido en gran forma y con una serie de agrupaciones que dicen mucho desde sus círculos herméticos. Creo igualmente que fue la mejor interpretación y a su vez, enseñó la manera de hacerse un lugar importante en el que fácilmente hubiera podido ser opacada, aunque su puesta en escena y canciones bien ejecutadas hicieron lo correcto. El vintage inicial se llevó a cabo por los thrashers Poison The Preacher, en una movida que evoca a la Bahía de San Francisco norteamericana, traducida a un plano fresco y profesional. En resumen, en tierra donde el tupa tupa abunda pero las expectativas son escasas, PTP sabe cómo ir más allá entre lo típico y a menudo, monótono.


El Tortazo de Metal es una radiografía de los sonidos extremos como añoranza de lo clásico y el privilegio de la gratuidad. Desde la óptica que se mire, puede ser el impulso que lleve a que nuestra atribulada nación estridente tenga más razones por las cuales sentirse orgullosa después de luchas infinitas por alcanzar una posición respetable en el paisaje urbano o por el contrario, un par de anclas para que más de uno sigamos soñando, mientras otros alcanzan lo que quieren. Al igual que el hecho vergonzoso de Damas Gratis en el Movistar Arena, el debate está sobre la mesa y por ahora, calientito.