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La diva cutie, de Argentina para el mundo. Emilia en Bogotá

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Redacción: Zulma Palacios
Fotografía: Cristian García

El 17 de agosto en el Movistar Arena de Bogotá no fue una más dentro del calendario de conciertos de la ciudad. Fue una cita marcada por la juventud, la frescura y la energía femenina que solo Emilia puede proyectar. Desde temprano, el recinto empezó a llenarse de grupos de amigas, niñas acompañadas de sus padres y familias enteras que llegaban con la emoción de ver a una artista que ha sabido convertirse en ícono de una generación. Lo más bello, lo que robaba la mirada entre luces y celulares eran esos padres que sonreían al ver la felicidad pura en el rostro de sus hijas, un retrato de complicidad generacional tejido con música.

Emilia apareció en el escenario con la seguridad de una mujer que sabe lo que quiere y cómo lo transmite. Su sonrisa, amplia y cómplice, parecía un guiño constante al público, como si cada fan en el lugar fuera parte de una conversación íntima. Esa mezcla de coquetería y poder marcó la línea de un show que navegó entre el pop urbano, la sensualidad y el juego de una artista que no se limita. Cuando arrancó con ‘Exclusive.mp3’, la electricidad en el aire fue inmediata: gritos, saltos y coros que retumbaban en cada rincón del recinto.

La puesta en escena fue tan juvenil como elegante, con coreografías diseñadas para resaltar la fuerza del cuerpo y el carisma de Emilia. Cada movimiento era medido, pero al mismo tiempo fluido, como si bailar fuera otra manera de confesarse con el público. En ‘IConic.mp3’ se notó esa complicidad: los fans no solo seguían la canción, imitaban los gestos, replicaban pasos de baile y extendían los brazos como si de alguna forma quisieran alcanzarla. Esa conexión fue constante, un lazo invisible tejido con música y entrega.

La mitad del concierto llegó con ‘blackout’, y el Movistar Arena se convirtió en un coro unísono que hacía temblar el piso. Las luces acompañaban los beats, los celulares creaban un mar de estrellas improvisadas, y Emilia brillaba en el centro, consciente de que lo suyo no es solo cantar, es encender una energía colectiva.

El momento más inesperado fue su interpretación de ‘Genio Liberado’, esa canción icónica de Christina Aguilera que Emilia reconfiguró con su voz y su estilo. Fue un homenaje y a la vez una declaración: la suya es una voz que sabe dialogar con las grandes sin perder autenticidad.

Pero si algo quedó claro esa noche fue que Emilia no solo se debe a su talento, sino al amor por sus fans. Las miradas, los agradecimientos entre canciones y los gestos de cercanía confirmaban que, más allá de los escenarios, existe un vínculo genuino. No era una diva distante, era una mujer empoderada que entiende que el brillo también se comparte.

Y quizás por eso el cierre con ‘La original’ fue tan especial: un canto de complicidad, un recordatorio de que cada fan ahí presente tenía un pedazo de Emilia para llevarse a casa.

El Movistar Arena se despidió entre gritos, risas y celulares agotados de tanto registrar cada segundo. Afuera, las niñas salían tomadas de la mano de sus amigas, los padres caminaban con una mezcla de cansancio y satisfacción, y el eco de las canciones se quedaba flotando en el aire bogotano. Emilia había dejado huella no solo con un show impecable, sino con un retrato vivo de lo que significa ser artista hoy: ser libre, ser cercana, ser coqueta, ser fuerte y, sobre todo, ser auténtica.

La historia de aquella noche no se escribe solo con canciones, luces y coreografías, sino con las emociones que quedaron tatuadas en quienes asistieron. Emilia en Bogotá fue el espejo de una generación que se reconoce en ella y que encontró en el escenario a una mujer hecha y derecha, dispuesta a decir con música lo que muchos sienten en silencio. Y entre la rebeldía juvenil, la ternura de los padres y la sonrisa encantadora de la cantante, la conclusión es simple: Todas son malas pero cutie.