Por: Joel Cruz
Hace unos meses, el proyecto en solitario del reconocido guitarrista de Slayer rompió el silencio de la curiosa fanaticada que gira en torno a la banda de thrash metal más grande de la historia. Para el pasado febrero, más exactamente, el sencillo ‘Idle Hands’se hizo público y su contenido fue objeto de opiniones encontradas en las redes sociales, por aquello de la inmediatez. El dilema, para darle un telón profundo de controversia al single, por fortuna se extendió a charlas de la vida real; en medio por ejemplo de un «tú a tú» de carne y hueso que permite a dos o más personas concebir un diálogo mediante retos de ideas lógicas, aunque al mismo tiempo, opuestas.
En una esquina del cuadrilátero, la perspectiva dura, recia…aquella que condenó a la nueva canción de King y amigos como una prolongación simple de Repentless, última obra del grupo en la cual el guitarrista ocupó su lugar desde el año 1981. En la otra, una versión más subjetiva o condescendiente de todo aquello que esta banda pueda entregar al ancho espectro de la música tal y como lo vivimos en el presente. Cabe destacar, una época perfecta para irse hacia el costado metalero que a cualquiera le plazca; lo que también integra en la magnitud de su definición lo nostálgico, la admiración intachable por una marca (entiéndase agrupación como marca, en la onda de Ramones o The Rolling Stones) y el libre derecho a repetir una fórmula, en el caso del artista y a disfrutarla, en el papel del seguidor. Si no lo saben o lo recuerdan, al metal de alta velocidad no le fue siempre bien haciendo cambios radicales en los noventa.
Todo esto viene conectado con el primer álbum del proyecto, From Hell I Rise. ¿Esto quiere decir que en el reino de las tinieblas hay un sitio apartado para quienes disfruten o defiendan a capa y espada la presunta monotonía en la música extrema? De hecho, esta frase no tendría sentido si se cuestiona injustamente una sola composición del trabajo. Por este motivo es importante resaltar que el larga duración ya se encuentra disponible y por ende, está abierto a toda clase de crítica.
Lo primero que se puede notar es la voz de Mark Osegueda, de Death Angel. El cantante, que con su banda original sabe cautivar a su público (puedo asegurarlo), se comporta en estas sesiones más acoplado a lo que piden las canciones, ni más ni menos. Las guitarras de King (tal como se espera), animadas, algo profundas, llenas de riffs. Quizás muestren en canciones como ‘Rage’ o ‘Two Fists’ un atisbo de buscar otras direcciones (diferente al caso de ‘Toxic’, que evoca a ‘Raining Blood’); pero básicamente se mantienen en el punto que Slayer se ha postrado desde hace varios años, incluso con cierto recuerdo al trabajo del 2009 World Painted Blood.
A esta altura del texto, pregunto: ¿Es esto precisamente malo? Bueno, en realidad esto no se trata de hecho de un SÍ blanco o un NO negro. Hay muchas zonas grises del arte donde la gente se puede ubicar. Pasa en la música, pasa en el cine u otras ramas que desembocan en el entretenimiento. El metal de hecho tiene una iconografía muy definida, una que no puede someter al abandono. Una cuya esencia tampoco está obligada a la aceptación masiva, la que rescata por cierto su matiz atractivamente apocalíptico.
La batería de Paul Bostaph cumple con su cometido, al igual que el tratamiento que en estudio le dio el productor Josh Wilbur (KoRn, Megadeth, Gojira, Lamb Of God). Las guitarras que también acompañan a From Hell I Rise son del señor Phil Demmel de Machine Head y el bajo del HELLYEAH Kyle Sanders, complemento adecuado para una obra que el mismo King define del agrado de quienes guardan a Slayer en sus enormes afectos, con momentos próximos incluso al punk temprano, al groove o al heavy. Haciendo más grande el imaginario metalero, letras provocadoras, políticas y con referencias a términos oscuros o demoniacos.
En resumen, From Hell I Rise de Kerry King es una obra más para reencontrarse con las cualidades que hicieron (y han hecho) grande el nombre de Slayer por años. La perspectiva artística (también financiera) del guitarrista, que curiosamente coincidió con el regreso de su famosa banda original a los escenarios, rompiendo su promesa de despedida definitiva.
En el sentido del thrash metal más aferrado a la camiseta de logo rojo e imagen diabólica (sin IA), Horns Up! En el lado más descarado del mercadeo en la industria musical…¡cuestión de negocios!