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‘Aequat omnes cinis’: las melodías de GRAVEWORM arrasaron sobre el concreto capitalino

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Redacción: Joel Cruz
Fotografía: Cristian García

Desde el principio, en el aire se sentían las ansias por presenciar el acto de Graveworm, y honestamente la cosa no era para menos. El peso de los italianos en el black melódico mundial hace parte de un capítulo destacado en la evolución del metal extremo y cuya escritura compartió simpatía con la semilla de agrupaciones y festivales de grandes proporciones en sus inicios. En sus raíces, pequeños esfuerzos por alcanzar esferas más grandes de la industria subterránea; pero con los años, iniciativas que se supieron incrustar en la identidad de la música fuerte.

El retorno del quinteto conquistó a la masa del Ace Of Spades Club. Acudiendo a la euforia de la medianoche, los integrantes de la banda europea imitaron a las legiones romanas de sus ancestros, anexando a sus dominios el bravo espíritu de los fans colombianos. Graveworm fue la cabeza de cartel y la razón de que la ceremonia In Nomine Tenebris Fest profanara la santidad del pasado domingo, arrojándola a los leones hambrientos de la estridencia callejera…No obstante, este culto a las sombras tuvo etapas tan curvas y lúgubres como los mismos círculos infernales que Dante relata en su obra más famosa (ya saben a cuál me refiero).

Caos y tinieblas

Lo importante siempre fue azotar la calma. Empuñar el látigo y lacerar su reinado, pues los ecos de Darklord hicieron la atmósfera espesa para que la misión tuviera éxito. Sus canciones, una tras otra, comprobaron a los testigos de su causa que no estaban en el lugar equivocado. La frialdad del altiplano se sintió con la satisfacción de quien encuentra el Averno en sus propios aposentos.

Inmediatamente después, la dupla Self-Deceiver tomaría las riendas de las tinieblas para convertir a la tarima en un litoral opaco. Su travesía fue arriesgada y a la vez profunda, haciendo que el santuario de los condenados se dilatara como el Río Estigia; como un discurso hablado en lenguas muertas hacia quienes entienden que el más allá es un primer paso, pero no un final. El suelo entonces se preparó para la joven agrupación Somberspawn, formada en el 2019; su debut se llama Inumbrate (publicado durante la pandemia) y fácilmente representa el auge contemporáneo del metal negro criollo.

Con su set y puesta en escena, los Somberspawn hicieron que la brecha entre lo terreno y los portales del inframundo se notara más pronunciada. Obedeciendo a esto, sus cánticos y elegías a las fronteras de la vida se arrastraron vorazmente por el recinto, una profecía tal vez de lo que vendrá para su segunda placa, lista para emerger en cualquier momento. Ya estábamos a un paso del «cuarto círculo»…

El graznido de los cuervos se hizo más agudo

Bien entrada la noche, el In Nomine Tenebris tuvo su primer invitado internacional: los chilenos ATER. La experiencia los ha guiado hacia buenas plazas para difundir su trabajo; de hecho, pronto estarán en Europa acompañando a Bathuska. No es de extrañar, dado que el arte del trío también está simbolizado por una solemnidad que sacrifica ciertas expresiones físicas en la presentación, para que su carácter litúrgico sea más directo. Sus composiciones dan fe de lo anterior y aunque es un estilo estético que crea divisiones entre seguidores y detractores, fue óptimo para el ambiente del festival en curso.

Acto seguido, el público compatriota se puso de pie para saludar a los pereiranos Eshtadur; hoy por hoy, batiendo la negritud de sus alas en varios puntos del hemisferio Norte (ciertamente, su obra debería tener aún más ruido mediático del que ya posee). Bastó con seguirle el paso al recital unos cuantos minutos para darse cuenta de su  bagaje. Siendo compañeros de gira para la agrupación estelar, Eshtadur está en un punto de evolución que sabe timonear sus piezas clásicas mientras mira con suma atención a la modernidad.

Vivamus moriendum est: Graveworm, tan fuerte como el Vesubio

los italianos asaltaron las almas de los espectadores como un aguijón letal en el torrente sanguíneo de sus ojos y oídos, alzando en simultánea la voz para deleitarse con la robusta discografía que los sigue catalogando en la plenitud del 2024 como ejes incuestionables del melodic black e incluso death metal.

Entre la memoria de sus piezas clásicas, responsables de mostrar su destreza ante una realidad musical cada vez más enredada, su álbum Killing Inocence refleja la madurez y lealtad a un estilo influenciado por la agresividad en todo el sentido de la palabra. Quienes han seguido de cerca lo que su cantante Stefan Fiori hace en tarima (también en estudio) desde hace más de treinta años, dan cuenta de lo que su voz sabe agregar a todo el esquema de una banda, lejos de lo monótono u obsoleto: todo lo contrario.

Si lo ignoto o lo oscuro pudiera resumirse en una sola forma, quizás recurrir a la metáfora de las larvas  que conectan con su ansia de carroña el sendero natural entre vivos y muertos sería una definición ideal, y cuyo retrato sonoro estaría pactado en las grabaciones de los homenajeados Graveworm. Mientras los credos de Occidente tanto se aferran a los regresos triunfales que brillan por su ausencia, el grupo que encabezó la ceremonia del In Nomine Tenebris Fest regresó triunfal  y dejó ante la vista pública que «el diablo sabe más por viejo que por diablo», tal y como reza el adagio.