Home > DESTACADOS > Cuando el Águila Dorada vuela con esplendor, el metal mexicano dedica odas al inframundo

Cuando el Águila Dorada vuela con esplendor, el metal mexicano dedica odas al inframundo

///
Comments are Off

Por: Joel Cruz

La vitrina más extensa del folclor hispanohablante es sin duda, México. En lo que llamamos Latinoamérica, respiramos con familiaridad miles de alusiones asociadas a su contexto histórico y la arrolladora identidad de la nación azteca, tallada por la misma Piedra del Sol.

Como parte de esta realidad, el metal que tanto nos trasnocha y que tanto emulamos desde la influencia anglo, pero siempre adaptado a la inevitable narrativa personal de quien lo aferra a sus entrañas—en este caso, el metal creado en el país que nos dio el tequila—naturalmente ha sido ensamblado con peculiaridades opuestas a las de su vecino del norte, pese a lo mucho que le ha aprendido desde el otro lado de la frontera. Al Cesár lo que es del César.

fotografía: Alan Van Gil

Aunque no es de extrañar que las similitudes conectadas a las agudas crisis políticas y socioeconómicas, las curiosas perspectivas del catolicismo y el arraigo al idioma español facilitan la proximidad de la idiosincrasia mexicana con las de Centro y Sur América, su personalidad es única; por ello, es responsable en mostrar la cara típica de una nación que se ha erigido universalmente como una distinción a la fortaleza y el orgullo por las raíces. Al mismo tiempo, su mirada metalera-artística se ha reflejado al exterior con tanta honestidad, que su influjo hacia la obra de otros escenarios es difícil de obviar.

En sintonía con los giros que la cultura de lo extremo ha dado en al menos cuarenta años, pero fieles a que el lenguaje de la población mexicana ayer, hoy y siempre será expresado bajo su propia ley, aquí les presento un pequeño recorrido por el metal de este país: exótico en esencia, pero áspero y desafiante como el picante de su gastronomía al paladar foráneo. Recio, hecho para mentes resistentes…

Pasaporte al infierno

A medida que las redes de comunicación fueron ampliando sus tentáculos, e hicieron que el material de culto saliera lejos, tanto de los bares locales como de las voces radicales de los seguidores más ortodoxos, la agrupación heavy metal Luzbel quizás se convirtió en la opción ideal para responder la pregunta sobre quiénes portaban la antorcha del género, tal vez como una contraparte de lo que se había hecho por ejemplo, en Argentina.

Formados en 1982, el grupo ha logrado consolidar una carrera con una discografía muy lograda. Gracias a sus composiciones en lengua española, el mensaje anclado a las imágenes apocalípticas de su sonido ha construido un puente entre el rock pesado de Latinoamérica con el sentir de sus fanáticos, a un nivel donde la lengua materna de Iron Maiden, Saxon o Judas Priest francamente le es difícil llegar.

Raúl Fernández Greñas, su único miembro fundador todavía en pie de batalla, se ha encargado de sostener el nombre de la banda hasta su álbum más reciente, Los hijos de Adán. Por la manera como su música ha acogido las ansias metaleras de varias generaciones durante tanto tiempo, sus trabajos sonoros en efecto son un punto sólido para adentrarse en el under de su país natal.

fotografía: Paty Magos

La cruz maldita

¿Qué sería de la cruda realidad latinoamericana sin hacerle venia a la muerte? Una de las grandes ironías de la vida, pone sobre la mesa al death metal como un estilo que se niega a morir; no solamente porque en el mundo moderno gran parte de la humanidad parece estar condenada eternamente a finalizar su existencia de las formas menos tranquilas posibles. También porque la estridencia que define a figuras como Morbid Angel y Napalm Death tiene una embajada cimentada en el agitado ritmo de vida de lugares en la línea de Bolivia, Colombia y claro está, México.

Cenotaph es una banda oriunda del Distrito Federal, cuya reputación en el subterráneo le precede. A finales de los ochenta, ese mismo metal consagrado a la muerte que hoy nos trasnocha (valga repetirlo) aún se hallaba en obra negra, o gris. El grupo comandado por Óscar Clorio (batería), se atrevió a emularlo lejos de Europa o Estados Unidos (algo difícil en aquél momento); de hecho, toda una osadía para una sociedad tan costumbrista como a la que seguramente sus integrantes se debieron enfrentar, principalmente en sus inicios. Actualmente el grupo goza de una larga experiencia marcada en lo técnico-melódico y la cual ha podido mostrar exitosamente en otros territorios, además del suyo.

The Chasm, por otro lado, continuó la senda de los difuntos años más tarde. Enfocados hacia los ambientes más mitológicos, se instalaron en Chicago (EEUU) a principios del milenio y desde entonces han mantenido la visión de su creador, lo que ha desembocado en un catálogo discográfico bien interesante.

Letanías de un sentido pésame

la globalización (palabra que los libros usan para mostrarnos que todos hemos aprendido algo de todo, pero con excesivas toneladas de información) hizo igualmente que la personalidad del mexicano se mezclara con las apropiaciones estéticas del Viejo Continente, más exactamente con las manifestaciones híbridas del rock gótico y el metal de la vieja escuela.

La concepción del ser humano en un plano introspectivo y orientado a la literatura —en la que el rol del vampiro es preponderante— sirve para hablar de Anabantha, banda que representa a la perfección este tipo de ideales. Su historia es larga e infortunadamente no es tan sencilla; pues su legado no ha estado exento del desacuerdo, dadas las diferencias entre el músico Vlad Landeros y la cantante Duan Marie. La letra «h» simboliza la marca de sus caminos separados. Sin embargo, sea Anabanta o Anabantha,ambas se niegan a arrojar la toalla y por el contrario, mantienen viva la flama de lo que el más de su cuarto de siglo de existencia significa para su ejército de seguidores.

Thrash con sabor a temporada de difuntos y el verbo del pecado original

Predilecto por una multitud eufórica que entiende al mosh como filosofía liberadora de un entorno cada vez más caótico a medida que los minutos avanzan, la escuela thrash sentó bases en México durante su época cumbre, lo que atestigua los rudas huellas de Transmetal. Por gracioso que internet desee mostrar las declaraciones del reconocido Alberto Pimentel (su antigua voz y guitarra), haber lanzado un disco como El infierno de Dante con los altos estándares de producción que tuvo para 1993 (su año de publicación) y además, haber alcanzado alrededor de 100.000 copias en ventas, no era un lujo que cualquier grupo en el país de la pirámide cercana a Teotihuacán se pudiera dar (con invitado famoso internacional incluido). Lejos de la polémica, Transmetal (a cargo de los hermanos Lorenzo, Javier, y Juan Partida) son una institución y piedra angular tanto para sus compatriotas como para los headbangers que han hecho propia su herencia.

Pimentel, fundador de Leprosy, por su parte es uno de los metaleros más prolíficos y referidos de aquella escena: su banda contiene importantes trabajos en estudio, grabaciones en vivo y álbumes tributo, donde el homenaje a sus influencias son una radiografía clara de lo que el proyecto ha construido asombrosamente por décadas para las generaciones siguientes.

En la bóveda de lo maligno, el black metal también toma forma en esta historia, lo que nos motiva a echar una mirada a los terrenos de Hacavitz (bautizada así en honor al dios maya). En menos de un parpadeo, su  trayecto por el averno le ha permitido cosechar obras de calidad desde Santiago de Querétaro hacia todo el mundo, donde su placa 2024 Muerte habla de la diversidad latente en la escena mexicana.

fotografía: Zulma Palacios

Pasado, presente y futuro

La escritura de lo ancestral no es exclusiva del pasado, por lo que el metal de México sigue haciendo de su temple una cualidad aprovechada muy bien por las las tres líneas del tiempo en armonía. Podemos mencionar el aire clásico y thrasher de Strike Master, cuya vitrina en Japón y Alemania —por ejemplo—es consecuencia de usar estratégicamente las tecnologías modernas y los canales de contactos actuales, caso que el cuarteto Here Comes The Kraken propone en una actitud deathcore melódica. La cercanía con las raíces de hecho señala inevitablemente a Cemican, el fenómeno folk que ha cautivado la atención general en nuestros días, con un performance digno de una teatralidad entregada absolutamente a su concepto prehispánico.

Antes de una despedida que podría culminar con «¡Viva México, c…!» (terminaron la frase en sus mentes, ¿cierto?), sería injusto dejar a un lado todo lo grande que comprende el vocablo Brujería para el metal extremo del mundo; la veterana, valiente y cruel caricatura del entorno que nos ha construido como hijos de ciudades conflictivas e inhóspitas. Pero a fin de cuentas, parte de lo que somos…

fotografía: Paty Magos

La nación que identifica a Salma Hayek está llena de contrastes exóticos y en su empeño por mantener una identidad arrolladora, va de la mano con todo lo grandioso que sucede en otras culturas. Tan característica como su cine de oro y sus expresiones sonoras más típicas, el metal es la analogía del guerrero azteca que ofrece su alma a cambio de que el imperio al cual protege, brille para la gloria de su deidad solar.

Siempre en pie de guerra, sus tambores de alerta nunca permanecen en silencio (resuenan tan fuerte como la batería de Álex González en De La Tierra)y vibran tan profundo como el bajo de Robert Trujillo en Metallica.En alguna ocasión, a propósito, el hombre de cuatro cuerdas y jinete del apocalipsis dijo en un concierto: «¿Están listos?». Ahora, sabiendo que afuera de internet lo que sobra en México es talento preparado para ser explorado y precisamente un México Metal Fest se encuentra ad portas de celebrarse, les pregunto: ¿ESTÁN LISTOOS?