Redacción por: Joel Cruz
Fotografía por: Oráculo Magazine
Vi a la gente tomar cerveza, fumar y hablar de música. Los vi charlando de metal con los parches, chalecos y esperando poder entrar al concierto. Hasta ahí, no hubo problema. Pero de pronto se hizo tarde, y los metaleros no entraban con afán; no chiflaron ni insultaron a nadie. Nunca dijeron desde afuera del sitio: «¡Abran hij*****as, abran!». Tampoco vi a nadie buscando problemas, enfrentándose a la policía, intentando tumbar las puertas o lo que tuvieran en frente, con patadas ni golpes. Fue un público de thrash muy tranquilo. En definitiva, se están perdiendo los valores.
Testimonio de fan anónimo
Darle gusto a todo el mundo es una hazaña difícil de conquistar, pero creo que la pasión por el show en vivo es una constante en la cual los conciertos de metal siempre saben crear un punto aparte. La organización de los eventos (por supuesto), ha mejorado con los años. Los conciertos privados, como la misma forma de vivir la música, se han convertido en objeto de mutación constante, dada la manera en la que el arte se consume y continúa balanceándose en la eterna cuerda floja posada entre la cultura vs. entretenimiento.
Ahora bien, hace algunas noches el thrash fue la personalidad destacada en la ciudad que ostenta entre sus maravillas naturales, el cerro de Monserrate. El toque prometía la pasión digna de un clásico entre Millonarios y Santa Fe, pero en un ambiente poco deportivo. Sodom, los veteranos de guerra más sobresalientes de la legión alemana regresaron a la cuna del bambuco; pero también a las calles maltrechas y caminadas con botas de cuero en un clima hostil. Por consiguiente, los blast beats se alzaron como himno no oficial de la metrópoli. Allí, donde esta música inconforme se regó como pólvora hacia lugares reales y ficticios de marginación en los ochenta, brillaría otra vez como tarima para una clásica banda europea aclamada por el entusiasmo criollo y vaticinada por un sentimiento muy autóctono. ¿El thrash es único? ¡No! Su forma de echar raíces por doquier hace la diferencia, y en la atmósfera de Bogotá, sí que se respira con otro aire o, mejor dicho, con otro esmog.
Venas de fuego, cadenas y metal (el nuestro)
En principio, el «llamado a las armas» musical fue ejecutado por War Thrashed, fieles a toda la simbología de este escenario con retrato de combate apocalíptico. Es cierto, las luces no siempre estuvieron al compás de su marcha y los vericuetos del sonido no dejaron de merodear a su lado, aunque finalmente la ferocidad de sus canciones se impuso. Todo a la par de una agrupación que dejó en el suelo hasta la última gota de sudor, el ánimo siempre arriba y un público más que conforme por aquello que sus ojos y oídos apreciaron. ¡Medalla al valor!
Espías Malignos, conformada por Paula Sánchez, Néstor Osuna, Rodrigo Vargas y Diego R. Cruz llegaron tras el cambio de banda para sobrevolar la zona marcial del auditorio, como un ágil helicóptero de ataque. Su oleada de llamas fue directa: Thrash metal con herencia de Soacha, una arremetida que ya les ha valido atención internacional y presencia en medios importantes, como la revista Metal Hammer. El arsenal, aunque compuesto por piezas de su primer álbum Oscura, llegó a un punto inesperado con su versión de un tema que la capital colombiana tomó como suyo desde hace lustros: «Te sientes metalero con toda razón, esa es tu energía y tu vocación. ¡Meeetaleerooo!». ¡Medalla al mérito!
Sodom, el dragón mágico que no hace tratos con la muerte
La guerra relámpago de Sodom llegó de la nada y desde el primer acorde dejó claro que el sonido thrash es perfecto para los vientos de zozobra que en el 2023 están atizando el oficio del hombre que levanta mano ferrosa en contra de su semejante. El invierno nuclear calentó el entorno cuando los teutones se tomaron la tarima principal del Auditorio Mayor CUN, disparando a cadena de tiro clásicos a la altura de Sodomized o la muy sombría Outbreak of Evil. Se hable o no de términos bélicos cuando se trata de esta súper banda, la oscuridad que imprime Tom Angelripper y los suyos en la música es difícil de hallar en otra agrupación.
Bajo la trinchera, el público por su parte rindió homenaje a sus artistas de la mejor forma: con pogo, tanto, que la dificultad para captar fotografías más cercanas a los alemanes se hizo tan grande como la aglutinación de gente preparada para esta danza agresiva. Los cánticos de plomo seguían haciendo de las suyas, como los impactos de Sodomy and Lust, M-16 y la inmortal Agent Orange, tema originalmente lanzado en el álbum homónimo durante 1989, dedicado a la Guerra de Vietnam e infaltable en sus sets de conciertos habituales.
Las canciones, una tras otra y cual metralleta Minigun, continuaban. Ante tremenda euforia, y ante un Sodom dando tanta ráfaga thrasher como el momento lo estaba exigiendo, no fue extraño que en dicho ambiente surgieran versiones de Tired and Red, la maravillosa Nuclear Winter o Blasphemer, con una letra que aún hiela la sangre del estilo metalero popularizado en Noruega poco después de que los anfitriones de la noche hicieran presencia en el underground mundial:
Black metal is the game I play, ‘cause no one show me the right way,
I am a bloody antichrist, only believe in bad, spit at the church, evil I get,
blasphemer, blasphemer, blasphemer, blasphemer…
El tiempo, que volaba como proyectiles en batalla, nos mostró a un guitarrista Frank Blackfire recibiendo el chaleco de un fan con total amabilidad y en general, a un grupo expresándose con grato respeto a la audiencia. Por último, Remember the Fallen, Ausgebombt y Bombenhagel (recordando su tercer disco, Persecution Mania) le sumaron sabia vitalidad a este encuentro de la banda con Colombia. Naturalmente, el agotamiento hizo que cesaran las fuerzas en ambos lados, pero la historia se escribió una vez más y con la frente de quienes participamos, muy en alto. Al final todos marchamos a casa, pero con la satisfacción del deber cumplido, con el semblante satisfecho del buen soldado que regresa a su hogar tras dejar atrás una estela de tinieblas. ¡Triunfamos!