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Fe, fuego, chamarras y Rock & Roll. Stryper en Bogotá

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Fotografía y redacción: Zulma Palacios

El pasado 18 de julio, el Teatro Astor Plaza volvió a vestirse de cuero, luces y mucha fe. La noche bogotana fue testigo de un ritual poco convencional: un show de glam metal que no solo vibró con potencia sonora, sino que también levantó las manos al cielo. Stryper, la legendaria banda cristiana que rompió todos los estigmas del metal ochentero, regresó a Colombia para dejar claro que los años no han hecho más que afilar su mensaje y reforzar su entrega en escena.

La noche arrancó con todo el poder colombiano, con la energía firme de los actos nacionales. Hijos del Viento, abrió la noche con un setlist sólido, combinando potencia y mística. Su ejecución fue precisa, con riffs marcados y una vibra espiritual que preparó el ambiente para lo que vendría. Más adelante, Aura Ignis se encargó de mantener la llama encendida, aportando intensidad escénica y una dosis de fuego latino que conectó con el público de forma inmediata.

Y entonces, el telón cayó. Luces doradas y un estruendo que hizo temblar el teatro: era el momento de Stryper. Con una estética fiel a sus raíces, entre trajes llamativos y biblias en alto, Michael Sweet y compañía irrumpieron con fuerza. Desde los primeros acordes de ‘Soldiers Under Command’ hasta los himnos más esperados como ‘Calling on You’ y ‘To Hell with the Devil’, el público se rindió ante la entrega sin fisuras de la banda.

Más allá del despliegue técnico —porque sí, sonaron impecables—, lo que realmente conectó fue la honestidad. La voz de Michael sigue siendo un cañón, afilada y directa al corazón. Los solos de Oz Fox, con esa mezcla entre lo celestial y lo salvaje, recordaron por qué el metal también puede ser un canal de devoción. Robert Sweet, con su batería elevada y su presencia teatral, fue un espectáculo por sí solo. Y Perry Richardson, al bajo, dio estabilidad y fuerza como si llevara toda la vida tocando con ellos.

El público, compuesto por fanáticos de vieja guardia y nuevas generaciones curiosas, respondió con pasión. Hubo cánticos, manos al aire y celulares que no pararon de grabar cada instante. Pero más allá del furor, lo que dejó esa noche fue una sensación de unidad. En tiempos donde el metal suele ser sinónimo de rabia o caos, Stryper vino a recordarnos que también puede ser fe, esperanza y redención.

El encore llegó con ‘Honestly’, un clásico que provocó un coro masivo, casi eclesiástico, entre quienes llenaban el teatro. Para ese punto ya no importaban las etiquetas, ni el credo de cada asistente. Lo que había era música poderosa, mensajes claros y una comunión que solo el buen rock puede lograr.

En resumen, Stryper no vino a predicar, vino a compartir. Y lo hizo a su manera: con guitarras afiladas, letras sin rodeos y un respeto absoluto por su público. Una noche inolvidable, que se grabó en la memoria como una de esas raras ocasiones en las que Bogotá se convierte, por un par de horas, en un templo del metal y del rock & roll.