Redacción: Zulma Palacios
Fotografía: Cristian García
El 14 de septiembre en el Movistar Arena no fue una noche cualquiera. Bogotá se vistió de luces, corazones y recuerdos para recibir a Jesse & Joy, esos hermanos que han sabido ponerle melodía a las emociones y palabras al amor en todas sus formas. Desde el primer acorde, el lugar se transformó en un refugio donde la música fue excusa y el amor, en todas sus expresiones, la verdadera protagonista.
El público era tan diverso como los colores de las luces que bañaban el escenario. Había grupos de amigos abrazados, parejas jóvenes que parecían vivir su primera cita importante, matrimonios que coreaban con complicidad, y una comunidad LGBTIQ+ que brilló con fuerza y naturalidad, como quien ocupa el lugar que siempre le perteneció. Entre banderas discretas y miradas cómplices, las canciones fueron puente y abrazo; cada verso era un recordatorio de que el amor, sin importar cómo se viva, tiene derecho a celebrarse.
Las parejas se dedicaban canciones con risas tímidas, se tomaban selfies bajo el resplandor de las pantallas, se buscaban las manos entre la multitud. El amor era un eco constante que se multiplicaba en cada rincón del Arena. Y cuando las voces de los asistentes se unían, no había diferencia, todos éramos un mismo coro, una misma respiración compartida.

Uno de los momentos más intensos llegó cuando Joy bajó del escenario y comenzó a caminar entre el público. No había medida posible para describir lo que eso significó para quienes estaban cerca: la gente extendía los brazos, las sonrisas eran imposibles de ocultar, y cada celular se alzó para capturar ese instante.
Era como si el escenario hubiera dejado de existir y, de repente, el concierto se hubiera convertido en una fiesta íntima en la que todos teníamos asiento en primera fila.
Más adelante, la escena se repitió con Jesse, quien apareció con su guitarra en mano. La diferencia es que su andar no fue solo de cercanía, sino de complicidad: iba cantando mientras se dejaba acompañar por los coros improvisados del público. Muchos alcanzaron a tomarse selfies con él, y en cada rostro quedaba grabada la felicidad de vivir un momento que, seguramente, se guardará para siempre en la memoria.
El concierto tuvo un instante especial que rozó lo ritual: la serenata mexicana dedicada a Bogotá. Bastaron los primeros acordes para que el Movistar Arena se transformara en una plaza imaginaria donde todos cantábamos al unísono, como si la ciudad entera estuviera reunida allí.

Hubo quienes cerraron los ojos y dejaron que las letras los arrastraran a un viaje de nostalgia, y quienes levantaron el celular para registrar la prueba de que la música puede hermanar a miles de desconocidos en una sola voz.
Ese recorrido por su discografía fue otro de los regalos de la noche. Desde los temas que marcaron la adolescencia de muchos hasta las canciones más recientes que acompañan amores actuales, Jesse & Joy tejieron un mapa de emociones en el que todos encontramos una estación propia. La nostalgia y la alegría se entrelazaron con naturalidad, recordándonos que sus canciones no solo hablan de historias pasadas, sino también de lo que seguimos viviendo.

La apertura del concierto quedó marcada por un gesto sutil que guardaba todo el poder de la emoción. Jesse apareció en el escenario con la cabeza ligeramente agachada y se sentó frente al piano. Sus dedos comenzaron a trazar el camino hacia el intro de ‘Corre’, y en ese instante el Movistar Arena se volvió silencio expectante. Era como si todos hubiéramos contenido la respiración, conscientes de que esa canción abría no solo un concierto, sino también una herida dulce en el recuerdo de cada uno.
El cierre fue un círculo perfecto. Después de una noche en la que viajamos por distintos paisajes musicales, Jesse & Joy volvieron a ‘Corre’, pero esta vez completa, desbordada, acompañada por miles de voces que la hicieron suya. Nadie quería que terminara, pero todos sabíamos que no había mejor manera de decir adiós que volviendo al origen.
Más allá de las luces, la puesta en escena y la impecable interpretación, lo que hizo de esta noche algo inolvidable fue la conexión entre artistas y público. No fue un espectáculo distante, sino un diálogo constante, una conversación hecha de canciones y emociones compartidas. El amor, diverso y libre, fue el hilo que unió todo: parejas que se abrazaban, amigos que reían, familias que recordaban historias, personas que cantaban a todo pulmón sabiendo que esas letras habían sido parte de su vida.

El 14 de septiembre Bogotá no solo presenció un concierto; vivió un recordatorio de que la música tiene el poder de volvernos comunidad. Jesse & Joy nos regalaron una noche de romanticismo auténtico, de complicidad, de magia sin artificios. Una noche donde el amor encontró su voz en cada verso y su reflejo en cada sonrisa.