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Beto Cuevas en Bogotá: un reencuentro con la banda sonora de mi adolescencia

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El chileno conquistó el Movistar Arena con una noche íntima, acústica y cargada de nostalgia, acompañado por la talentosa Javiera Flores y con una colaboración especial de Aterciopelados.

El 15 de octubre, el Movistar Arena se transformó en un refugio de emociones. Bajo una luz cálida y un ambiente que rozaba lo bohemio, Beto Cuevas apareció en escena con la elegancia que lo caracteriza, desatando la ovación de un público que sabía que estaba a punto de vivir algo más que un concierto: una cita con los recuerdos. Desde el primer acorde de Día Cero, el tono quedó marcado. No se trataba de un¿ espectáculo desbordante de producción, sino de una velada íntima, donde la voz del exlíder de La Ley se convirtió en el hilo conductor de una historia compartida.

El repertorio fue una caricia directa a la nostalgia. Canciones como Fuera de Mí, Intenta Amar y El Duelo fueron coreadas con fuerza por un público que creció con esas melodías. Cuevas, con una voz impecable, supo equilibrar la emoción y la técnica, interpretando con la misma pasión los clásicos de la banda y sus temas como solista, como Vuelvo y Hablame.

Cada tema fluía con naturalidad, como si el tiempo no hubiese pasado, como si el alma de los noventa siguiera intacta en cada verso. La velada tuvo momentos inesperados, como la participación de Javiera Flores, cantante chilena que acompaña a Cuevas en su gira acústica.

Su interpretación de Creep, de Radiohead, fue uno de los puntos más intensos de la noche: una versión delicada, poderosa y cargada de emoción que arrancó aplausos sinceros del público bogotano.

Javiera mostró una voz versátil, capaz de moverse entre la melancolía y la fuerza, dejando en claro que su presencia en el escenario no era la de una corista más, sino la de una artista completa que sabe dejar huella. Otro de los grandes momentos llegó cuando Aterciopelados subió al escenario para interpretar junto a él Mentira. Andrea Echeverri y Beto compartieron una complicidad que trascendió generaciones: Colombia y Chile unidos en una canción que sigue siendo un himno del rock latino. El público respondió con euforia, coreando cada palabra, celebrando ese encuentro entre dos leyendas.

La noche continuó con Aquí, Todo es Perfecto y Tejedores de Ilusión, temas que se sintieron como capítulos de una memoria colectiva. Hubo risas, lágrimas discretas y una conexión palpable entre artista y audiencia. En cada pausa, Cuevas agradecía, hablaba con cercanía, y su tono cálido hacía que el inmenso recinto pareciera un pequeño bar lleno de amigos.

Cuando llegó el momento del cierre, El Duelo marcó uno de los puntos más intensos de la noche. La interpretación fue profunda, llena de sentimiento, y se sintió como una despedida anticipada que unió a todos en un mismo coro.

Luego, The Corridor cerró el concierto con una atmósfera elegante, casi cinematográfica, en la que Beto Cuevas se despidió entre aplausos que parecían no tener fin. Fue la síntesis perfecta de lo que representó toda la noche: una reconciliación con el pasado, con la música que marcó una época y con las emociones que siguen vivas cada vez que suenan esas notas.

Salir del Movistar Arena fue como despertar de un sueño lleno de melodías conocidas. Afuera, la brisa bogotana arrastraba los ecos de un concierto que, más que un evento, fue un reencuentro con la banda sonora de mi adolescencia. Beto Cuevas no solo cantó; nos devolvió una parte de nosotros mismos.