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El reencuentro de SIXPENCE NONE THE RICHER con Bogotá

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Redacción y fotografía : Zulma Palacios

El Teatro Astor Plaza fue testigo de un reencuentro que se había hecho esperar demasiado. Era 18 de junio, y las luces del escenario se encendieron para recibir a Sixpence None the Richer, la banda que marcó a toda una generación con melodías que flotan entre la nostalgia y la dulzura. Y aunque habían pasado años desde la última vez que el público colombiano los tuvo cerca, bastó un acorde para que el Astor Plaza se convirtiera en un solo suspiro colectivo.

Desde antes de abrir puertas, se respiraba un aire distinto en la calle. Gente de todas las edades, parejas y amigos que se encontraban después de años, hacían fila para entrar. El teatro, prácticamente lleno, vibró con cada persona que tomó su asiento como si estuviera a punto de vivir un momento irrepetible.

Apenas se apagan las luces, el silencio dura un segundo. Porque en cuanto los primeros acordes inundaron el lugar, la ovación fue atronadora. Leigh Nash apareció en escena como un susurro luminoso, vestida de rojo con un aura elegante y sencilla a la vez. Su voz, intacta y con ese timbre frágil y etéreo, hizo que la nostalgia se apoderara de cada rincón del teatro. Si alguien dudaba de su poder para hipnotizar multitudes, bastó escucharla para quedar convencido.

Cada canción era recibida como un regalo. Temas como ‘Kiss Me’ , ‘Breathe Your Name’ , ‘There She Goes’ y ‘Don’t Dream It’s Over’ fueron himnos coreados a todo pulmón. Pero más allá de sus éxitos, hubo algo íntimo y profundamente humano en la forma en que la banda conectó con el público. No había pasado. No había distancia. Leigh hablaba entre canciones, agradeciendo con humildad y compartiendo pequeños relatos de sus propias experiencias y recuerdos, mientras sus compañeros se sumaban con sonrisas cómplices.
Si tuviera que definir con una palabra lo que se vivió esa noche, sería “catarsis”. Porque no fue solo un concierto.
Fue un espacio para sanar, para reencontrarse con una parte de nosotros mismos.

Hubo lágrimas, sí, pero también sonrisas, abrazos y aplausos que parecían no terminar. Cada canción traía consigo un eco de historias pasadas: el primer amor, las despedidas, los viajes en carretera o esas noches de insomnio donde las letras de Sixpence eran un consuelo silencioso.

La energía, sin embargo, no fue solo melancólica. Hubo momentos donde el público se puso de pie y bailó, especialmente cuando la banda desató la fuerza de sus guitarras en los temas más rítmicos.

Lo más hermoso de la noche fue precisamente la sencillez. Todo se basó en la música y en esa conexión invisible entre artistas y audiencia. Leigh Nash, con esa voz que parece flotar sobre las guitarras y la batería, logró mantener la atmósfera suspendida en el tiempo. Fue increíble ver cómo, con apenas un par de acordes, sumergiría al público en un océano de recuerdos compartidos.

No hubo momento específico que sobresaliera por encima de otro porque todo el show fue especial y uniforme en su belleza. Cada canción era recibida como una pieza de colección que se desempolvaba para brillar nuevamente. La banda entera mostró un dominio absoluto del escenario, sin exageraciones, sin excentricidades. Solo música genuina.

Sixpence None the Richer desplegó en Bogotá emoción y honestidad. Fue evidente que estaban felices de volver. Se notaba en las miradas, en las risas espontáneas, en cómo se quedaban observando al público tras terminar cada tema, como si quisieran retener ese instante para siempre.

Para los asistentes, este concierto fue más que una noche de música. Fue una declaración de amor al pasado, a las emociones que nos definieron, y a la esperanza de seguir encontrando belleza en lo cotidiano. Porque si algo nos enseñó la voz de Leigh Nash esa noche, es que incluso las historias más tristes pueden contarse con dulzura.

El Astor Plaza terminó convertido en un coro gigante, abrazado por las luces cálidas que cubrían el escenario. Entre aplausos, la banda regaló Kiss Me, como si supieran que nadie quería irse todavía. Y cuando finalmente se apagaron las luces, quedó flotando en el aire esa mezcla perfecta de alegría y nostalgia que solo la música puede provocar.

Al salir, la gente caminaba lentamente, como si no quisiera abandonar la burbuja emocional en la que había estado inmersa durante casi dos horas. Y aunque el concierto terminó, algo quedó resonando en cada persona: la certeza de que, por una noche, el tiempo se detuvo. Sixpence None the Richer en Bogotá no fue solo un concierto. Fue un reencuentro con el pasado, una caricia al alma y un recordatorio de que, aunque pasen los años, la música tiene el poder de mantener vivos nuestros recuerdos más hermosos.